Hace aproximadamente un poquito más de diecinueve años llegué a este mundo. Desconocido en ese entonces para mi. Vivíamos mis viejos y yo en un departamento en la calle Boyacá, en un sexto piso. Mi mamá trabajaba en un laboratorio todo el día y mi Papá era taxista. Al irse todas las mañanas, me dejaban a cargo de mis vecinos: Mario y Mirta. Como en ese momento no sabía hablar, los llamaba respectivamente "Baiá y Mimí". Pasaba el tiempo jugando a las muñecas, jugando con masa que me preparaba Mimí, mirando películas, dibujando, etc. A los dos años de que yo nací, me mudé al tercer piso, en ese mismo edificio. No obstante, ellos me seguían cuidando. Hubo una vez que una vecina me dijo: "¿Y cómo andan tus abuelitos del sexto piso?". Puede decirse que a partir de ese momento, aquéllas dos personitas que se convirtieron tan especiales en tal poco tiempo, tuvieron el título de: Mis abuelos del Corazón.
Me cuidaban, aprendí con ellos, me críaron, me malcriaban con regalos, con tortas, festejaba mis cumpleaños en su casa, me divertía todo el día en su casa, por las noches me quedaba a dormir y como tenía miedo, terminaba durmiendo en el medio de los dos en su cama.
A medida de que yo crecía, se hacía más grande el amor hacia ellos. Como no tenía abuelos de sangre, ellos cumplían ese título a pesar de que no formaban parte de mi árbol genealógico.
Pasábamos las fiestas de navidad y año nuevo llenos de alegría, acompañados de tanta gente hermosa que se hizo querer. Todo era feliz.
Pero viste cuando a veces aparecen esos obstáculos en la vida, que no podés evitar no caerte y caés. Porque ellos caen también. Y justamente, yo estaba agarrada de sus manos.
Hace aproximadamente seis años atrás, a mi abuelo Mario le diagnosticaron Cáncer. Leucemia linfática crónica, para ser más exacta, la cual con un tratamiento podía mantenerse. Pero claro, uno al ser chica es normal que te oculten cosas o que te tengas que dar cuenta sola que tu abuelo tenía los días contados. Comenzaba a verlo que injería pastillas por cuatro días, llegaba a tomar veintitrés al día. Eran demasiadas, pero él aguantó. Aquél y otros cuántos tratamientos lo mantenían, pero los análisis no daban bien. Muchas veces al verlo mal a él por ese motivo, por esa puta enfermedad, lloraba. Pero a escondidas de él. Nunca le gustó que llore. A menos que sea por reírme.
Este año, tuvo una gran recaída en mayo, la cuál los médicos decía que no iba a aguantar mucho tiempo. Que se mantenía estable, ni peor ni mejor, sólo andaba. Pero al poco tiempo, ésto se revirtió y salió del sanatorio. ¿Quién iba a decir que cuatro meses después la vida me lo iba a quitar?. Sí, la vida le dió un plus. El cuál el pudo aprovechar a pleno, como más le gusta. Acompañado de su familia, de su perrita Greta, de sus Amigos, de su Amado Huracán.
El 30 de agosto, me despedí de ellos ya que al otro día me iba a Bariloche, pero me fui mal porque ese mismo día lo tuvieron que internar porque tenía fiebre (lo cual, al tener 37º ya era óptimo que se dirija con urgencia al sanatorio). Me fui mal, preocupada por saber cómo iba a estar cuando yo llegara. Pasaron esos seis días y como volví enferma no pude ir a verlo. Pero en cuanto me mejoré, fue lo primero que hice. Le llevé los chocolates, traté de estar lo más vivaz posible frente a él, para que no me viera mal. Pero esto duró poco, porque el 23 de septiembre fui a verlo al sanatorio y estaba muy mal. Se mantenía con un respirador, con tranfusiones de sangre y suero. Pero no podía dormir, sin embargo sabía que estaba cansado. Le dije que lo quería y tomé de las manos a mis dos abuelos. Todavía puedo sentir tu calor en mi mano izquierda. Como si no te hubieras ido...
Al otro día me entero que se fue de este mundo.
Que ahora está mejor en aquél lugar en donde todos vamos a terminar. Que no sufre más.
Y la verdad es que aprendí muchas cosas con esto, me está haciendo crecer.
Viste Abu, te fuiste pero me sigo creciendo con vos. Con las cosas que te pasan.
Sinceramente, el dolor que siento dentro no tiene explicación. Sólo lo dejo fluir y lloro. Pero siempre que lo recuerdo, lo hago con una gran sonrisa, lo cual él siempre significó eso para mi: Alegría.
Sé que nunca me quiso ver así de mal. Pero perdón Abu, pero me duele mucho no tenerte más.
Tener que acostumbrarme a que los sábados por la noche, no estemos comiendo pizza los tres, con la abuela y que al rato salga y vos me digas: "Cuidate, negri". Que me presentes con tus amigos diciendo: "Ella es mi nieta". Que ya no habrán más "Andá por la sombra" cuando me dejes en la puerta de casa, esperando a que entre. Daría lo que fuera porque me vuelvas a apretar los cachetes y los brazos y me digas: "¡Gorrrrrdita linda!".
Pero, ¿Sabés qué? Aprendí que no hay que ser egoísta. Que lo mejor que te pudo haber pasado es que no sufras más acá. La estabas pasando mal.
Siempre le tuve miedo a la muerte. Pero ahora me doy cuenta de que no es tan mala como pensaba y que a veces no es tan injusta.
Y que si sigo adelante, es porque vos me lo enseñaste. Y porque la abuela es lo que más necesita: Fuerza. Y no voy a dejarla caer tampoco.
Y es el día de hoy que tengo en mente tus palabras, que siento tu calor en los abrazos, que aprendí con cada reto y con cada enseñanza, con cada beso, con cada carcajada juntos. Y eso es lo que me llevo de vos, lo que me dejaste. Perdí un abuelo, pero gané un gran recuerdo y eso no me lo quita ninguna enfermedad, ninguna persona, nadie.
Te voy a amar siempre Abuelucho.
Ahora y siempre, gracias por darme todo y más ♥.